martes, 26 de julio de 2011

Un adiós bendecido


A lo lejos se oye el flaco ladrido de los perros,
toco con mis labios la boquilla de un clarinete,
de un cuaderno musical saco un melodía;
todo mi amor se convierte en humo.
A mis pies sigue la maleta de madera
con la que llegó al mediodía.
Le veo por la ventana, me preocupan
sus idas y sus venidas.
Ahora veo como se posan las palomas
en los canalones,
con su patas rosadas
y sus alas blancas.
Tengo que seguir sonriendo,
y fingir que soy feliz;
un abismo vago lleno de oscuridad
se abre en mi alma.
Estoy tan triste, tan triste...
que los médicos no pueden hacer nada, ni el cura tampoco.
En voz baja y bañado en lágrimas,
me digo...
Principios de abril cuando abren las primaveras,
me vienen recuerdos de mi infancia;
recuerdo cuando era chiquillo a la hora del catecismo,
jugando a las bolas en el patio a la hora del recreo.
Ya vienen el médico y el cura,
uno atiende a los cuerpos,y el otro a las almas.
Les entrego mi alma y me olvido de mi existencia.
Ambos me dan su bendición y paso a una vida mejor.

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